lunes, julio 17, 2006

El silencio de los gritos (continuación)

Hace días que escribí la primera parte de este relato, aquí va la continuación, poco a poco se irá desvelando el misterio de este internado. Tanya te dije que te lo iba a dedicar y lo prometido es deuda, así que ahí va:

Mis pies casi no reaccionaban pero como pude me dirigí al comedor, allí justo al fondo, observe una figura paralizada, era Marta, una de nuestras cuidadores, que miraba la pared en la que se podía leer una frase escrita con un líquido, que no sabría determinar exactamente lo que era. La frase decía; Recuérdame y no tengas miedo de olvidar todo lo demás, firmado R.

Por un momento no estaba seguro sobre qué hacer, si ayudar a Marta o ir corriendo a avisar a Nacho para contarle lo sucedido, pero viendo la cara de aquella pobre mujer opté por lo primero. Intente tranquilizarla diciéndole que aquello debía de ser una travesura de alguno de los chicos, que no tenía mayor importancia. Su sonrisa delataba comprender mis palabras pero no creérselas del todo, quizás no había sido muy convincente pero es lo único que en ese momento me vino a la mente. De pronto se oyeron unos pasos, muy lentos, pausados y firmes, era el Director, Ernesto Landívar. Sus cabellos grisáceos, junto con los surcos que cubrían y realzaban sus facciones, dejaban ver los años que la vida le había arrebatado. En su juventud había sido un afamado empresario que por caprichos del destino acabo dirigiendo un internado situado en el más remoto rincón de la tierra, un pueblo de esos en que alguna vez se dijo su nombre pero jamás se volvió a escuchar.

Don Ernesto se dirigió a mí con cara de furia como si pensara que el culpable de todo aquel alboroto hubiese sido yo. Por suerte, Marta supo reaccionar contándole que justamente al levantarse y dirigirse al comedor para revisar que todo estuviera en orden para el desayuno, se había encontrado esa especie de pintada en la pared. Don Ernesto se calmó pero como animal de viejas costumbres se negó a darme una disculpa y a gritarme que no debería estar allí y que inmediatamente volviera a mi habitación. Todo aquello me hizo pensar, la primera reacción de aquel hombre había sido de furia y no de asombro como había ocurrido con Marta, tal vez Don Ernesto ocultaba algo que tarde o temprano descubriría.

Una hora más tarde, nos llamaron para decirnos que ya estaba todo listo, para el desayuno, pero que hoy no comeríamos en el comedor sino en el patio. Estaba más que claro que todo lo sucedido se quería guardar como el más estricto de los secretos. El director me llamó a su despacho, media hora después del desayuno, mi corazón me decía que de seguro todo iba relacionado con la pintada. Nada más llegar, toqué en la puerta y seguidamente se oyó una voz que me decía: Pase, señor Alvárez.

Don Ernesto se encontraba hojeando unos papeles que tenía encima del escritorio de madera maciza que le habían traído la semana pasada. Empezó a darme una charla sobre la palabra confidencialidad, las consecuencias de nuestros actos y el significado de lo que suponía guardar un secreto. Mientras tanto, yo asentía a todo lo que aquel hombre me decía, su mirada me daba fe de que aquello que había pasado no era un simple acto vandálico de algún alumno enfurecido por sus notas. Tras un largo rato, sin casi ofrecer un pestañeo por mi parte, la conversación terminó y me pude marchar no sin antes, escuchar tras unos segundos de haber cerrado la puerta del despacho, que el director hacía una llamada y que de su boca salía: ¡No entiendo cómo ha podido pasar!... No, no podemos reunirnos, por lo menos por el momento, te llamaré en cuanto me sea posible...

Nada más oír eso tuve aún más la sensación de que este asunto no podía traer nada bueno, ¿a quién llamaba el Director?, y sobre todo ¿quién era R? y ¿qué papel jugaba en todo esto?